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¿Es el otoño depresivo?

  • Foto del escritor: Kensho Clínica
    Kensho Clínica
  • 29 oct
  • 2 Min. de lectura

El otoño es un momento del año agridulce.


El final del verano llega con sus colores dorados y naranjas, y con esa sensación de alivio que sentimos al volver a ponernos una chaqueta que nos proteja del fresco. Es una estación que despierta amores y rechazos: para algunos es melancólica, para otros, profundamente reconfortante.

Vivimos en una sociedad que premia la acción constante: los viajes, las reuniones, los

festivales, la vida hacia afuera. En ese contexto, el otoño puede parecer incómodo,

porque nos invita justo a lo contrario:


ree

a parar, a mirar hacia dentro, a escuchar el silencio que habita detrás del ruido.


Pero no hay nada de malo en detenerse. La naturaleza lo hace. Después de dar sus

frutos, los árboles sueltan sus hojas. Los campos se vacían de colores vivos y el suelo se

cubre de tonos ocres. Es el momento de recoger lo que el verano nos dio y agradecerlo.


También es tiempo de plantar lo que crecerá bajo tierra: tubérculos, ajos, cebollas…

semillas que no florecen ahora, sino más adelante, cuando llegue su momento.

Incluso las setas, tan propias de esta época, nos recuerdan esa sabiduría: nacen de un

hongo enterrado, oculto, que teje su red silenciosa bajo el suelo durante meses. Y un

día, casi sin aviso, brota una flor efímera que es solo el reflejo de todo ese trabajo

invisible.

En el otoño interior sucede lo mismo. No todo crecimiento se ve. A veces necesitamos

recogernos, como el campo, para permitir que lo nuevo germine sin prisa.


Muchas personas sienten un bajón anímico en esta época, especialmente cuando llega el

cambio horario. El cuerpo, guiado por los ritmos circadianos, nos pide descanso antes

de lo que acostumbraba. “Son las seis y ya tengo sueño”, decimos, pero en lugar de

escucharnos, encendemos Netflix y seguimos adelante como si nada.


El cuerpo pide calma, y nosotros le damos estímulo. Nos resistimos al ciclo natural del

entorno, como si descansar fuera perder el tiempo. Pero el descanso también es parte del

crecimiento.


No confundamos un grito para volver a un ritmo natural con una enfermedad mental.

Somos uno de los países de mundo que más antidepresivos, ansiolíticos y pastillas para

dormir consume, y cuando llega la calma, el recogimiento, aquello que nos ayuda a

repararnos, lo rechazamos.


El otoño nos enseña a cuidar nuestra casa y nuestro interior, a acompañarnos sin prisa, a

preparar el mantillo para lo que vendrá. Es tiempo de podar lo que sobra, de agradecer

lo vivido y de sembrar lo que queremos ser.


Y quizás, si nos permitimos bajar el ritmo y escuchar la tierra —la de fuera y la de

dentro—, descubramos que ese silencio no es vacío, sino un espacio fértil.

 
 
 

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