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La paradoja de la insatisfacción: Cuando el "querer lo que no tengo", nos roba el presente.

  • Foto del escritor: Kensho Clínica
    Kensho Clínica
  • hace 4 días
  • 3 Min. de lectura

¿Alguna vez te has sentido como si vivieras en una carrera constante? Una vez que consigues

algo (un nuevo trabajo, una casa más grande, una relación) en vez de disfrutarlo, tus ojos se

fijan de inmediato en la siguiente meta. Este es el peso de la insatisfacción, una experiencia

que muchos conocemos íntimamente y que, en realidad, tiene profundas raíces psicológicas.


A este fenómeno se le conoce como "la paradoja de la insatisfacción": el deseo constante de

lo que no tenemos y el desprecio por lo que ya poseemos. No es un signo de fracaso personal,

sino un patrón de pensamiento muy común, alimentado por una combinación de factores

psicológicos y sociales.


El motor de las expectativas y las exigencias

En el corazón de esta paradoja se encuentran nuestras expectativas. Desde pequeños, se nos

enseña que el éxito es un lugar al que llegar, una serie de logros que debemos alcanzar:

buenas calificaciones, un título universitario, un trabajo bien remunerado, una pareja, hijos. El

problema no son las metas en sí mismas, sino que las convertimos en la única fuente de

felicidad.

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Este pensamiento se puede resumir así: "Seré feliz cuando...".

"Seré feliz cuando tenga un ascenso."

"Seré feliz cuando pierda 10 kilos."

"Seré feliz cuando encuentre a la persona adecuada."


El cerebro, igual que nuestro cuerpo, se adapta. Una vez que consigues ese ascenso, se

acostumbra a la "nueva normalidad"y el pico de felicidad inicial desaparece rápidamente. Es lo

que los psicólogos llaman adaptación hedónica. Tu nivel de base de felicidad vuelve a su punto

de partida, y tu mente empieza a buscar el próximo estímulo, la próxima meta, para volver a

sentir esa euforia. Es un ciclo sin fin.


¿Qué ocurre cuando no consigo lo que "debería"?


La insatisfacción se agrava cuando la vida nos da algo que, según las expectativas sociales o

personales, "no es suficiente" o "no es lo que se supone que debería tener".

La insatisfacción no es un signo de ambición, sino de que nuestra felicidad está anclada en el

logro de metas externas, y no en un sentido de valor interno.


El camino de regreso al presente


Entonces, ¿cómo podemos romper este ciclo? Se trata de un trabajo consciente y continuado,

no de una solución mágica.


1. Reconoce y nombra la paradoja: El primer paso es la conciencia. Cuando te

encuentres anhelando lo que no tienes, tómate un momento para reconocerlo.

Pregúntate: ¿Estoy ignorando lo que ya tengo?


2. Practica la gratitud: La gratitud es el antídoto directo para la insatisfacción. No se trata

de obligarte a ser feliz, sino de entrenarnos para apreciar las cosas que a menudo

damos por sentadas. Puedes empezar con algo tan sencillo como escribir tres cosas

por las que te sientes agradecido al final de cada día. La investigación ha demostrado

que la gratitud mejora la salud mental y la satisfacción con la vida.


3. Define tus propios valores: ¿Qué es lo que realmente te importa, más allá de lo que la

“se espera de ti”? Puede que tu éxito no sea un puesto de CEO, sino tener tiempo para

tu familia o para un pasatiempo que te apasiona. Conectar con tus valores te ayuda a

crear metas que te satisfagan a un nivel más profundo.


4. Aprende a diferenciar el deseo del aprecio: Es natural tener ambiciones. El problema

no es querer más, sino ser incapaz de apreciar lo que ya tienes mientras persigues lo

siguiente. Puedes desear un nuevo coche, y aun así apreciar la fiabilidad del que ya

tienes.


La felicidad no es un destino. Es una habilidad que se practica diariamente, aprendiendo a

encontrar valor y significado en el presente, en lugar de vivir en la constante búsqueda de una

meta futura. Al liberarnos de la trampa de la insatisfacción, podemos empezar a disfrutar de la

vida que ya tenemos, mientras construimos, si así lo deseamos, la que aún queremos.

 
 
 

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